TEXTO 1
Lucía un buen solete y había gente que
aprovechaba la tibieza en las terrazas de los
cafés. E1 boulevard de las Ramblas estaba
vistoso: circulaban banqueros encopetados,
militares graves, almidonadas amas que se
abrían paso con las capotas charoladas de los
cochecillos, floristas chillonas, estudiantes
que faltaban a clase y se pegaban, en broma,
riendo y metiéndose con la gente, algún tipo
indefinible, marinos recién desembarcados.
Teresa brincaba y sonreía, pero pronto se
puso seria.
—El bullicio me aturde. Sin embargo, creo
que no soportaría ver las calles vacías: las
ciudades son para las multitudes, ¿no crees?
—Veo que no te gusta la ciudad —le dije.
—La odio. ¿Tú no?
—Al contrario, no sabría vivir en otro
sitio. Te acostumbrarás y te sucederá lo
mismo. Es cuestión de buena voluntad y de
dejarse llevar sin ofrecer resistencia.
En la Plaza de Cataluña, frente a la
Maison Dorée, había una tribuna portátil
cubierta por delante por la bandera catalana.
Sobre la tribuna disertaba un orador y un
grupo numeroso escuchaba en silencio.
—Vámonos a otra parte —dije.
Pero Teresa no quiso.
—Nunca he visto un mitin.
Acerquémonos.
—¿Y si hay alboroto? —dije yo.
—No pasará nada —dijo ella.
Nos aproximamos. Apenas si se oían las
palabras del orador desde aquella distancia,
pero, debido a su ventajosa posición sobre la
tribuna, todos podíamos seguir sus gestos
vehementes. Algo creí entender sobre la
lengua catalana y la tradició cultural i
democrática y también sobre la desidia voluntária
i organitzada des del centre o pel centre, frases
fragmentadas y aplausos y tras ellos frases
que se diluían en el ronroneo de los
comentarios, gritos de molt bé! y el inicio
deslavazado y arrítmico de «Els segadors».
Por la calle de Fontanella llegaban guardias
de a pie, de dos en fondo, portando cada uno
su mosquetón; se alinearon en la acera, de
espaldas al muro de los edificios, y adoptaron
la posición de descanso.
—Esto se pone negro —dije.
—No seas miedoso —dijo Teresa.
Los cantos proseguían y se intercalaban gritos subversivos. Un joven se apartó del ruedo de oyentes, tomó una piedra y la lanzó con furia contra las vidrieras del Círculo Ecuestre. Al hacerlo se le cayó el sombrero.
—Fora els castellans —decían ahora.
Una figura vestida de negro, de barba cana y rostro de ave apareció en una de las ventanas. Extendió los brazos y gritó: Catalunya! Pero retrocedió al ver que su presencia provocaba un aluvión de piedras y una salva de pitos.
—¿Quién era? —preguntó Teresa.
—No lo vi bien —dije—. Me parece que Cambó.
Entretanto los guardias del piquete seguían impertérritos, en espera de las órdenes del oficial que sostenía una pistola. Por la Rambla de Cataluña bajaban grupitos a la carrera, enarbolando cachiporras y gritando ¡España Republicana!, por lo que supuse que serían los «jóvenes bárbaros» de Lerroux. Los separatistas les arrojaron piedras, el oficial de la pistola hizo una seña y sonó un cornetín. Hubo piedras para los guardias, volvió a sonar el cornetín, se montaron los mosquetones. Los «jóvenes bárbaros» golpeaban a los separatistas, que respondían a las cachiporras con piedras y puños y puntapiés: eran más numerosos, pero contaban con mujeres y ancianos inútiles para la refriega. Cayeron algunos cuerpos al suelo, ensangrentados. Los guardias apuntaban a los contendientes, estoicamente plantados sobre las piernas separadas, aguantando las pedradas ocasionales. Por la calle de Pelayo apareció la caballería. Formaron ante el Salón Cataluña con los sables desenvainados, luego avanzaron en abanico, primero al trote, poco a poco al galope y, por último, a rienda suelta, como un ciclón, por entre las palmeras, saltando por encima de los bancos y los parterres de flores, levantando polvaredas y haciendo vibrar el suelo con los secos pisotones. La gente huía, salvo aquellos que se hallaban enzarzados en la lucha cuerpo a cuerpo. Corrían en las direcciones expeditas: Rambla de Cataluña, Ronda de San Pedro y Puerta del Ángel. El orador se había esfumado y los jóvenes bárbaros desgarraban la bandera catalana. Los jinetes repartieron sablazos con la hoja plana sobre las cabezas de los fugitivos. Los que caían no se levantaban para no ser arrollados: se cubrían con las manos el cráneo y esperaban a que los caballos hubiesen pasado. Los guardias de a pie habían descrito un círculo cerrando la escapatoria por la Puerta del Ángel y disparaban al aire tiros sueltos. Algunas personas, cogidas entre los jinetes y los de a pie, alzaban los brazos en señal de rendición. Habíamos corrido, al principio, hasta las Ramblas y nos mezclamos con los paseantes. Al poco rato apareció un grupo de policías que llevaba en el centro a tres individuos esposados. Los individuos se dirigían a los transeúntes diciendo: —Ya ven ustedes, siempre pagamos los mismos.
Los transeúntes se hacían los sordos. Nosotros seguíamos corriendo cogidos de la mana. Eran días de irresponsable plenitud, de felicidad imperceptible.
http://www.cine-de-literatura.com/2013/12/la-verdad-sobre-el-caso-savolta.html
—Esto se pone negro —dije.
—No seas miedoso —dijo Teresa.
Los cantos proseguían y se intercalaban gritos subversivos. Un joven se apartó del ruedo de oyentes, tomó una piedra y la lanzó con furia contra las vidrieras del Círculo Ecuestre. Al hacerlo se le cayó el sombrero.
—Fora els castellans —decían ahora.
Una figura vestida de negro, de barba cana y rostro de ave apareció en una de las ventanas. Extendió los brazos y gritó: Catalunya! Pero retrocedió al ver que su presencia provocaba un aluvión de piedras y una salva de pitos.
—¿Quién era? —preguntó Teresa.
—No lo vi bien —dije—. Me parece que Cambó.
Entretanto los guardias del piquete seguían impertérritos, en espera de las órdenes del oficial que sostenía una pistola. Por la Rambla de Cataluña bajaban grupitos a la carrera, enarbolando cachiporras y gritando ¡España Republicana!, por lo que supuse que serían los «jóvenes bárbaros» de Lerroux. Los separatistas les arrojaron piedras, el oficial de la pistola hizo una seña y sonó un cornetín. Hubo piedras para los guardias, volvió a sonar el cornetín, se montaron los mosquetones. Los «jóvenes bárbaros» golpeaban a los separatistas, que respondían a las cachiporras con piedras y puños y puntapiés: eran más numerosos, pero contaban con mujeres y ancianos inútiles para la refriega. Cayeron algunos cuerpos al suelo, ensangrentados. Los guardias apuntaban a los contendientes, estoicamente plantados sobre las piernas separadas, aguantando las pedradas ocasionales. Por la calle de Pelayo apareció la caballería. Formaron ante el Salón Cataluña con los sables desenvainados, luego avanzaron en abanico, primero al trote, poco a poco al galope y, por último, a rienda suelta, como un ciclón, por entre las palmeras, saltando por encima de los bancos y los parterres de flores, levantando polvaredas y haciendo vibrar el suelo con los secos pisotones. La gente huía, salvo aquellos que se hallaban enzarzados en la lucha cuerpo a cuerpo. Corrían en las direcciones expeditas: Rambla de Cataluña, Ronda de San Pedro y Puerta del Ángel. El orador se había esfumado y los jóvenes bárbaros desgarraban la bandera catalana. Los jinetes repartieron sablazos con la hoja plana sobre las cabezas de los fugitivos. Los que caían no se levantaban para no ser arrollados: se cubrían con las manos el cráneo y esperaban a que los caballos hubiesen pasado. Los guardias de a pie habían descrito un círculo cerrando la escapatoria por la Puerta del Ángel y disparaban al aire tiros sueltos. Algunas personas, cogidas entre los jinetes y los de a pie, alzaban los brazos en señal de rendición. Habíamos corrido, al principio, hasta las Ramblas y nos mezclamos con los paseantes. Al poco rato apareció un grupo de policías que llevaba en el centro a tres individuos esposados. Los individuos se dirigían a los transeúntes diciendo: —Ya ven ustedes, siempre pagamos los mismos.
Los transeúntes se hacían los sordos. Nosotros seguíamos corriendo cogidos de la mana. Eran días de irresponsable plenitud, de felicidad imperceptible.
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TEXTO 2
—Olvidaos de mí. Soy una ruina. Quise luchar a mi modo y fracasé. ¿Sabéis por qué?
Por abrigar la esperanza de ablandar sus sucios corazones con razonamientos. ¡Vana ilusión! Quise abrir sus ojos a la verdad y fue locura, vaya si lo fue. Ellos los tienen abiertos desde que nacen:
todo lo ven, todo lo saben. Yo era el ciego, el ignorante..., pero ya no lo soy. Por eso hablo así. Y ahora, amigos, oíd mi consejo. Oíd mi consejo porque no lo digo yo, sino la amarga
experiencia.
Es éste: no ahoguéis en vino vuestros padecimientos —su voz se hizo súbitamente firme, encendida—, ¡ahogadlos en sangre! Anegad los estériles surcos de vuestros campos abandonados con la sangre de Ellos. Bañad la mugre de vuestros hijos en
la sangre de Ellos. Que no quede una cabeza sobre sus hombros. No les dejéis hablar, porque os convencerán. No les dejéis esbozar un gesto, porque os cubrirán de dinero, comprarán vuestra voluntad. No les miréis, porque querréis imitar sus maneras elegantes y os corromperán. No sintáis piedad, pues Ellos no la sienten. Saben cómo sufrís, cómo mueren vuestros hijos de inanición y falta de asistencia médica, pero se ríen, se ríen en sus lujosos salones, al amor de la lumbre, bebiendo el vino de vuestras cepas, comiendo el pollo de vuestras granjas, adobado con el aceite de vuestros campos. Y se abrigan con vuestras ropas y se refugian en vuestras casas y ven llover sobre vuestras barracas. Y os desprecian, porque no sabéis hablar como Ellos, ni vais al teatro, ni al Liceo, ni sabéis comer con cubertería de plata. ¡Matad, sí, matad! ¡Que no quede ni uno con vida! ¡Matad a sus mujeres y a sus hijos! Acabad...,acabad con Ellos... para siempre...
Calló el beodo y se dejó caer extenuado sobre la mesa, rompiendo el denso silencio que había seguido a sus palabras con un sollozo desgarrador. La concurrencia estaba petrificada y parecía buscar el anonimato, la invisibilidad, en el mutismo y la quietud.
Transcurridos unos segundos, el dueño del establecimiento se acercó a la mesa del beodo, que recibía los cuidados de Nemesio Cabra Gómez, carraspeó y dijo con voz afectadamente firme:
—Salga de aquí, señor. No quiero líos en mi casa.
https://es.slideshare.net/blog12cad/discurso-politico-caractersticas
http://www.monografias.com/trabajos15/discurso-politico/discurso-politico.shtml
http://www.eagrancanaria.org/site/index.php?option=com_content&view=article&id=389:el-texto-expositivo-y-argumentativo&catid=134:lengua-castellana-y-literatura&Itemid=59
http://dueloliterae.blogspot.com.es/2015/02/max-estrella-y-el-anarquista-luces-de.html
http://dueloliterae.blogspot.com.es/2018/02/plegarias-por-manuel-vicent-oracion-de.html?q=PLEGARIAS
TEXTO 3 ( ABAU)
Desarrolle el tema “La narrativa peninsular desde 1975 hasta la actualidad: Eduardo Mendoza”. Indique a qué tendencia de la narrativa peninsular adscribiría este fragmento. Justifique su respuesta.
El mestre Roca fue uno de los pocos anarquistas que llegué a ver antes de la irrupción violenta del 19. El anarquismo era ya una cosa, y los anarquistas, otra muy distinta. Vivíamos inmersos en aquél, pero teníamos contactos con éstos. Por aquel entonces, y así siguió siendo durante algunos años, tenía yo una visión bien pintoresca de los anarquistas: hombres barbados, cejijuntos y graves, ataviados con faja, blusón y gorra, hechos a la espera callada tras una barricada de muebles destartalados, tras los barrotes de una celda de Montjuïc, en los rincones oscuros de las calles tortuosas, en los tugurios, en espera de que llegase su momento para bien o para mal y el ala cartilaginosa de un murciélago gigantesco y frío rozase la ciudad.
Para justificar que el fragmento se adscribe a la novela histórica, el alumnado podrá apoyarse, por ejemplo, en las referencias a determinados acontecimientos y movimientos políticos (el anarquismo), a lugares reales (Montjuïc) o a fechas concretas (1919). También puede aludir al estilo realista, claro y sencillo, que se aprecia en todo el fragmento.
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