Ya que nuestra ley es la lucha, aceptémosla, pero no con tristeza, con alegría. La acción es todo, la vida, el placer. Convertir la vida estática en vida dinámica; éste es el problema. La lucha siempre, hasta el último momento, ¿por qué? Por cualquier cosa.
Con «Aurora roja» cierra Pío Baroja la trilogía «La lucha por la vida», cuyos tres libros fueron publicados en 1904.
En esta última parte, nos acerca al mundo de los obreros y las asociaciones anarquistas, presentando el movimiento obrero como una posibilidad de salvación para las masas desfavorecidas, para los trabajadores explotados, para las mujeres oprimidas, como la única esperanza para las generaciones venideras.
EXTRACTO 1:
Como es natural y frecuente entre sectarios de ideas afines, socialistas
y anarquistas se odiaban (...)
Para los socialistas, los otros eran unos imbéciles, locos que había que
curar, o pobres ingenuos, capitaneados por caballeros de industrias, que
se pasaban de cuando en cuando por el Ministerio de la Gobernación.
En cambio, para los anarquistas, los socialeros eran los que se vendían a los monárquicos, los que se pasaban de cuando en cuando por el Ministerio a cobrar el precio de su traición.
Los dirigidos, en general, en uno y otro bando, valían mucho más que
los directores; eran más ingenuos, más crédulos, pero valían más como
carácter y como arranque los anarquistas que los socialistas.
EXTRACTO 2:
Luego de aclarado esto, se levantó un joven delgado, vestido de negro,
y echó un verdadero discurso. ¿Qué había que hacer? ¿Qué había de
perseguir el grupo designado con el nombre de «Aurora roja»? Unos eran
partidarios de la labor puramente individual; pero él encontraba que esta
labor individual tenía un carácter poco revolucionario y era demasiado
cómoda. Uno que no fuese escritor, ni orador, ni anarquista de acción,
que no se reuniera ni se asociara, podía echárselas de anarquista
tremendo y hasta podía serlo con la misma tranquilidad que un
coleccionista de sellos. Además, no había peligro en esto.
Y eso ¿qué importa? -dijo Juan; a nadie se le exige que sea valiente.
Los actos de los anarquistas tienen más valor por eso, porque nacen de
su conciencia y no de mandato alguno.
-Es verdad -dijeron los demás.
-Yo no lo niego; lo que yo quiero decir es que no necesitamos liebres
con piel de león, y que sería conveniente un compromiso entre todos
nosotros.
EXTRACTO 3:
-¿De manera que tú estás sirviendo? - preguntó la mujer pálida a la
criada.
-Sí.
-¿Qué edad tienes?
-Diez y ocho años. -Yo tengo una hija que tiene quince.
-¿Usted?
-Sí.
-No parece que tenga usted edad bastante.
-Sí, soy vieja; he cumplido ya treinta y cuatro. La chica está en Ávila
con mis padres. Yo, claro, no quiero que venga conmigo, y los abuelos
suyos son pobres. Cuando tengo algún dinero se lo envío. Jesús se puso
serio, y comenzó a preguntarle por su vida.
-Hace un año tuve un hijo, y me lo tuvieron que sacar con unos
ganchos -siguió contando la mujer, mientras cortaba la carne con el
cuchillo-. Desde entonces estoy mala; luego, hace unos meses, he tenido
el tifus, me llevaron al Cerro del Pimiento, y allí me quitaron toda la ropa
que tenía. Salí tan desesperada, que quise matarme.
-¡Se quiso usted matar! -exclamó la criada.
-Sí.
-¿Y qué hizo usted?
-Cogí las cabezas de unos fósforos, las eché en un vaso de aguardiente,
hasta que se deshicieron, y lo bebí. ¡Me entraron unos dolores!... Vino un
médico y me dio un vomitivo. Luego, durante cuatro o cinco días, echaba
el aliento en la oscuridad, y brillaba.
-Pero ¿tan desesperada estaba usted? -preguntó la criada.
-Tú no sabes cómo vivimos nosotras. ¿Ves? Hoy yo no gano; pues
mañana tengo que empeñar esta blusa, y si me ha costado tres duros,
me dan por ella dos pesetas. Luego, a los hombres les gusta hacer sufrir
a las mujeres... Créeme, hija, sigue sirviendo; por muy mal que estés, no
estarás peor que así...
Jesús dijo que se había puesto malo, y salió del cuarto.
-¿Y no podría usted encontrar algún trabajo? -preguntó Manuel a la
mujer.
-¿Yo? ¿Adónde voy? No tengo fuerzas..., estoy anemia.